miércoles, julio 27, 2005

Ciertas rutinas Irrepetibles

Cada día, después del trabajo matinal nos juntábamos Oscar, el Chico, González y yo, para comer en un restaurante que quedaba cerca de Plaza Italia, en realidad, el punto de referencia al que me refiero es Plaza Baquedano, pero como todo el mundo conoce que Plaza Baquedano es Plaza Italia, esta última está perdida en entre las calles que la rodean con un pequeño suspiro de antiguos momentos de gloria y recuerdos, de homenajes o ceremonias, tal vez algún turista tomándose una foto frente a la estatua que se encuentra en Plaza Italia. Tal vez. En fin, me quedo con Plaza Italia mejor así puedo tratar de cambiar y de reivindicar el nombre de la perdida plaza en homenaje a los paisas que nos trajeron las pastas y se llevaron el tomate (por favor no crean que intento decir que ellos hayan robado el tomate o algo así, pero como es sabido el tomate es una planta que solo se daba en América y que los europeos la llevaron al viejo continente, así como muchas otras cosas más las cuales podrían caer dentro del calificativo de robo, como la plata por ejemplo o el oro, materiales con los cuales aumentaron sus riquezas y según algunos hicieron toda la riqueza que tienen ahora, quitando lo que era por derecho propio, indígena; pero me salgo de los tomates, ellos los usaron en principio como una planta decorativa y luego descubrieron lo sabrosos que son. Sigo desviándome del tema). Resulta que frente a la plaza en cuestión se encuentra el Parque Forestal. Un precioso parque que cobra vida en otoño, mostrándose en su plenitud, con la combinación de verdes y dorados, junto al todavía tibio y suave viento que anuncia sereno que pronto vendrán las lluvias, pero que por mientras todavía se puede pasear tranquilo por el parque y disfrutarlo, como los niños que juegan a la pelota o trepan los árboles intentando alcanzar ilusoriamente las nubes, y ninguno de nosotros les dice algo, porque también soñamos y tuvimos ganas de alcanzar el cielo y sus nubes, y subir sobre ellas y recorrer el planeta o tal vez intentar ver que es lo que había tan solo a unas cuadras mas allá del barrio que era nuestro pequeño gran mundo, y que nos parecía gigante, pero aun así existía en nosotros la conciencia de que más allá había algo. Cómo decía, el parque se desenvuelve de mejor manera en su otoño; sí, suyo, porque el parque sabe mejor que nadie como mostrar lo maravilloso de esa estación.

Volviendo a lo mío, el restaurante se encontraba una par de cuadras más debajo de Plaza Italia, pero siempre nos encontrábamos con los cabros al comienzo del parque, que estaba al otro lado de la calle de Plaza Italia. No es que todos saliéramos al mismo tiempo siempre de nuestros trabajos o que ese fuera el punto de encuentro más cercano, pues a Oscar y a mi nos salía más fácil bajar una cuadra por la Alameda, luego entrar por una calle pequeña (a la cual nunca le supe el nombre) y caminar hasta el restaurante, pero subíamos y nos encontrábamos siempre al comienzo del parque. Finalmente era una rutina tácita que cumplíamos al píe de la letra, aunque no existía ninguna letra. Nos saludábamos con un levantamiento de cabeza, como aquellos que en otra situación que no sea saludar a algún amigo podría ser muy mal interpretada e incluso llevar a consecuencias nefastas tanto para el levantador como para el levantado. Luego conversábamos unos minutos acompañados de un buen cigarro y un dulce de menta para abrir el apetito mientras esperábamos a quién faltara. Cuando ya estábamos todos caminábamos por el parque, no por la calle mientras volvíamos a la política nacional o los problemas del mundo.

- Vieron lo que pasó en Londres…

- Increíble, yo no se hasta donde vamos a llegar, por suerte estamos a salvo aquí en chilito…

- Sí, pero recuerda la cagadita que quedó en Argentina, en el club de los judíos…

- No era club inculto, era la embajada…

- Era un local comercial para judíos…

- la embajada hombre, te digo…

- No saben nada…

- ¡Mira, mira! ¿Lo viste? – pasaba un deportivo a toda velocidad subiendo la Costanera, siempre pasaba uno mientras el Chico olvidaba las contingencias nacionales y ponía ojos de admiración, mientras la boca se le abría lentamente.

- Sí, sí lo vi, pero estamos en los atentados…

- sí, sí, sí, tengo hambre, ¿qué comeremos?

Y así bajábamos por el parque forestal un par de cuadras mientras saboreábamos el tabaco nacional con imagen extranjera.

Al llegar al lugar adecuado, comenzábamos a perfilarnos por la izquierda del parque para luego cruzar la calle y tomar Merced para continuar por Monjitas. Ahí, donde cambian de nombre, hay una cafetería en la cuál nos tomábamos el café de vuelta, y antes, mirábamos libros en las librerías que estaban por monjitas al frente de los restaurantes.

Entrábamos al restaurante, y nos sentábamos en nuestra mesa, cosa nada fácil de lograr, pero después de unos meses asistiendo al mismo local y de trabar cierta amistad con el camarero y quienes atendía, logramos que nos reservaran celosamente la mesa que estaba en el balcón del tercer piso con vista al parque forestal, aunque fuera la única mesa disponible, ellos nos guardaban la mesa, porque siempre, religiosamente estábamos ahí, listos para comer los mejores patés y embutidos que se pudieran fabricar en Santiago. La verdad es que toda la comida que servían en el local era buenísima, recuerdo que me encantaban los tomates asados sobre pan al ajo que preparaban como aperitivos. Por su parte, Oscar siempre pedía unos cebollines en una vinagreta que ellos preparaban con vaya a saber uno con qué ingredientes y procedimiento, pero de que era maravillosa, lo era, solo bastaba ver como Oscar disfrutaba con cada mordisco que le daba a los cebollines que reposaban atentos en el recipiente en el que venían. El Chico, jamás cambió su ensalada de lechuga, rúcula y rabanitos con aceite de oliva. González se conformaba con una buena chilena, aunque debo decir que era bastante buena.

Mientras nos atendían y esperábamos las entradas, nos traían, ya sin preguntar, cosa que por lo demás me agradaba de sobre manera, un pisco sour, un martín con dos aceitunas verdes y dos kirsch royal. Por supuesto junto con las bebidas, venían mis tomates asados, a los cuales, según me contó uno de los mozos, estaban muy próximos de llevar mi nombre, claro que todo dependía del dueño y él no era el que me conocía.

Todo era exquisito, además del servicio que daban. Recuerdo que la primera vez que nos juntamos en Plaza Italia, fue la vez que entramos pro primera vez al restaurante, tal vez por eso siempre nos seguíamos juntando en ese lugar sin tener conciencia de ello.

Ayer, como todos los días nos juntamos para almorzar, recuerdo que fue un día extraño. González se demoró más de la cuenta por un asunto en la oficina que lo tenía con los nervios de punta y casi no lo dejaba dormir, cosa que nos dijo mientras botaba una gran bocanada de humo que al parecer venía guardando desde la esquina anterior. Por otro lado, el sol molestaba más de lo normal, y el calor era insoportable, a pesar de que estábamos en pleno invierno. Recuerdo que bajamos por el parque el igual que todos los días, pero esta vez, no había niños jugando y solo un par de parejas y algunos abuelitos que estaban aprovechando como lagartija el calor que les proporcionaba el sol de invierno, algo poco usual por lo demás.

Siguiendo con las extrañezas de ayer, el Chico no mencionó ningún solo auto, parecía distraído, solo miraba como caían las hojas que quedaban aferrándose a las ramas con la triste pero nunca muerta esperanza de quedar hasta que nuevamente puedan ver la primavera, lo que nunca sucedía. Con Oscar comentamos lo extraño que había sido la semana, sin ninguna noticia sobre la economía o política. Nada bueno podía salir, lo presentía, muchas cosas extrañas.

- De seguro que el restaurante ya no está, lo cerraron…

- Ah, hombre, no seas así, yo creo que hay días como estos en todos lado…

- Que extraño que hayan hojas todavía en los árboles, ¿no deberían haber caído todas ya?

- Se supone, pero el invierno ha sido menos helado, así dicen por lo menos…

- ¡Hey! ¡Miren! – creo fue lo único que logró salir de la boca de González que venía todavía muy consternado por lo de su oficina.

Cuando todos logramos subir la mirada hacia el frente vimos que salía gran cantidad de humo y había movimiento, sirenas, bomberos. El paso estaba cerrado.

- Oficial, ¿se quemó el…? – tan solo eso alcancé a decir mientras asentía con la cabeza y nos mirábamos asombrados. Dimos media vuelta y subimos un poco por la calle hacia el restaurante que siempre veíamos al pasar y que más de alguna burla recibió de nosotros.

Estoy fumando, esperando en la esquina de la Costanera por el lado del parque, cuando llegué prendí mi cigarro. Mejor me siento en el banquito que está ahí a la sombra. Ya han pasado veinte minutos, aunque no deberían llegar hasta en tres minutos más, aunque uno solo de ellos tal vez debería estar aquí ya. Bien, poco me queda del cigarro, una menta, un tercer cigarro me caería bien tal vez, aunque no estoy seguro, tal vez…

- Bienvenido a Burguer King, ¿en qué puedo servirle?

- Una promoción…

- Señor, ¿se siente bien?

- Sí, solo una promoción.

1 Comments:

Blogger Luciana said...

Buen cuento. Buen cuento.
Nos vemos a las tres, donde siempre?
(espero que no sea premonitorio respecto del Bierstube!!!)

03:01  

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